miércoles, 17 de marzo de 2021


BOLETÍN 231: HABLEMOS DE LA NAVIDAD Y DE LA AMISTAD

Diciembre de 2020. Con el perdón de los lectores, anticipo la entrega del Boletín, que normalmente hago a partir del día 26 de cada mes, para desearles a todos FELIZ NAVIDAD EN UNIÓN DE SUS FAMILIAS Y AMISTADES. Con motivo de una fecha tan importante para los cristianos y para el mundo, no me referiré a lo usual debido a mi profesión, la economía nacional o internacional, sino a algo que para mí en los actuales momentos tiene enorme importancia. Espero que el contenido de este Boletín deje un mensaje que trascienda este mes y año, y sirva de ejemplo a los jóvenes.

Hoy deseo hablar de la amistad y la fraternidad. Las quiero destacar con oportunidad de la Navidad, por la existencia de dos grupos de amigos que, más que eso, son mis hermanos adoptivos. Con ellos hemos caminado por la vida desde las aulas escolares, colegiales o universitarias hasta la fecha y en unos casos son más de 70 años y en otros más de 60 de cercanía. Esa amistad se ha contagiado con fuerza a nuestros cónyuges y ahora somos dos grupos de familiares adoptivos que se mantendrán por mucho tiempo.

Jorge Bolaños Rojas desde 1947 y Martita Vaca Ruilova desde 1960 son los decanos de mis amigos de los dos grupos y tengo especiales recuerdos de ellos. 

Inicio con un suceso relacionado con el primer grupo: La Promoción de bachilleres del Colegio Nacional Bolívar de Tulcán del año 1961. 

En octubre del año 1947 mi madre me llevó al jardín de infantes de Tulcán, dirigido por la señorita Rosalina García, de cuyo rostro nunca se borraba una sonrisa y que, además, era vecina y amiga de mi mamá. No hice los berrinches comunes de los niños el rato que quedé solo en el patio del Jardín. Simplemente caminé a encontrarme con otros niños de mi edad y pregunté para mis adentros: quiénes serán?

Éramos más o menos 30 chicos, unos conocidos porque procedían del mismo barrio y otros desconocidos, porque procedían de otros lugares.

Más pronto que tarde hice amigos y, por indicación de mi padre, procuré ser de los más aplicados, pues mis hermanos mayores siempre sacaban buenas notas en sus estudios. Además, yo los acompañaba a ellos a la biblioteca municipal y ya sabía las letras del alfabeto y contar hasta 10 o 20, lo que para entonces y a mis cuatro años era bastante.

Unos meses más tarde el Jardín decidió hacer una hora social y escogió a tres niños para que sean los actores principales. Esos niños éramos Gloria Cañizares, Jorge Bolaños y yo. Luego del natural aprendizaje subimos al escenario para representar la novela ecuatoriana titulada Cumandá, de Juan León Mera.

Ignoro la razón por la que se escogió aquella obra para interpretarla en un jardín de infantes, pues aunque se refería a un romance juvenil, tenía en el trasfondo una lucha mortal entre blancos e indios y el odio del padre indio de la chica hacia su enamorado blanco.

La niña Gloria Cañizares personificaba a Cumandá, una hermosa india con plumas y vestido típico de la Amazonía ecuatoriana; el niño Jorge Bolaños era el indígena padre de la chica, emplumado, muy bravo y con lanza en la mano; y yo era Carlos, el joven blanquito bien vestido, con terno de casimir, sombrero, corbatín y bigote, que buscaba los favores de Cumandá y no le tenía miedo al papá. En alguna parte, entre las herencias de mi padre hay una foto que perenniza nuestra gran actuación.

La obra fue un éxito. Si hubiéramos vivido en Estados Unidos, seguro que los tres artistas íbamos a parar a Hollywood. Pero, en Tulcán solo recibimos las felicitaciones de los familiares y asistentes con sus aplausos y volvimos a la vida normal. Mi vida de actor terminó allí.

A Gloria solo le he visto una vez, hace muchos años, desempeñándose como cajera del Banco La Previsora en el centro de Quito. Jorge es desde entonces mi amigo y desde mi regreso de Lima y mi incorporación a la Promoción 61 del Colegio Nacional Bolívar, cada día profundizamos los lazos de amistad que ya tienen más de 70 años. Su esposa y la mía son muy amigas.

Compañeros y amigos de la escuela y el colegio habían formado en 1961 el grupo al cual hago referencia. A él me integré en 1980, a mi regreso del exterior. En ese grupo participan entusiastas nuestras esposas, de manera que hasta antes del inicio de la pandemia, nos reuníamos religiosamente cada mes, para recordar nuestras andanzas de estudiantes y pasar de amigos a hermanos adoptivos.

La amistad y más que eso la fraternidad entre nosotros ha estado allí desde 1947 con unos, desde 1954, cuando entramos al Colegio Nacional Bolívar de Tulcán, con otros, y se ha mantenido sin importar si estamos cerca o lejos. Varios de nosotros nos fuimos por varios años a Japón, Estados Unidos, Chile, Perú, Brasil, y uno de nosotros vive desde hace tiempo en Puerto Rico. Pero, los lazos de amistad se han conservado sin importar distancias y seguirán presentes hasta cuando Dios nos llame.

Somos, si no me equivoco, como ejemplo para el mundo, uno de los grupos de amigos y hermanos adoptivos que ha durado por más tiempo y que se ha reunido mensualmente por casi 60 años hasta antes de la pandemia, con algunas bajas por accidente o enfermedad.

Menciono ahora lo sucedido con el segundo grupo.

Corría septiembre de 1960. Llegué de Tulcán a Quito y un día cualquiera le visité a mi tío Juan que vivía en la calle Ramírez Dávalos. Luego del almuerzo salí hacia la cercana Universidad Central para conocer la Facultad de Ciencias Económicas y matricularme, pues decidí ser Economista y las clases empezaban en octubre.

De una casa del frente, unos 30 metros adelante, salió una chica y se dirigió hacia la avenida América. Ella adelante y yo atrás cruzamos esa vía y entramos a los terrenos de la Universidad. Ella siguió su camino y yo fui por la misma senda preguntándome: a dónde irá?

Llegamos al edificio de la Facultad y ella primero y yo luego, subimos las gradas hacia la Secretaría. Su destino había sido el mismo mío. Hizo su trámite para la matrícula y se fue. Yo procedí de la misma manera, pero ya no regresé a la casa de mi tío, sino que fui al centro de la ciudad, donde vivía.

Llegó el tiempo de asistir a clases y los dos resultamos compañeros en primer curso, junto con una multitud de más de 100 aspirantes a economistas. Más tarde nos hicimos amigos. Ella se llama Martha Vaca Ruilova, vive en Madrid y con frecuencia nos comunicamos, porque nos hemos convertido en hermanos adoptivos.

En el transcurso de la vida fui entrañable amigo con su esposo, también compañero de aula, quien lamentablemente falleció. Y tuve la suerte de graduar a dos de sus hijos en la universidad.

Muchos años después de salir de la Facultad, luego de una reunión para festejar el cumpleaños de René Torres, un común amigo y compañero de estudios, decidimos formar un grupo en el que también participen los maridos y las esposas de los antiguos compañeros. Fuimos 14 parejas, pero el tiempo ha hecho que quedemos 9 parejas y dos amigos cuyos cónyuges fallecieron.

Este grupo, que tuvo sus orígenes en la universidad, pese al transcurso de los años y de las diferentes rutas que tomaron sus integrantes en la vida profesional, ha mantenido incólume la amistad y la fraternidad y también se reunía mensualmente hasta que llegó la pandemia. Nos vemos ocasionalmente por Zoom y conversamos sobre nuestras realidades, aspirando a que pronto volvamos a darnos el extrañado abrazo.

Pero, no falta la conversación versada y profesional sobre lo que sucede en el mundo y sobre todo en este Ecuador querido. Todos hemos tenido posiciones muy importantes en el Estado o en la empresa privada, todos estamos jubilados y vivimos de lo que nos devuelve el IESS y de lo que ahorramos sin perjudicar a nadie, todos sabemos que nunca el país ha pasado por una situación como la actual, en la que desde las más altas esferas se ha enseñado al pueblo a robar y se ha generado un marco legal favorable a los ladrones de cuello blanco. Y clamamos, desde nuestros conocimientos y experiencia, porque el 2021 termine la etapa más trágica de la historia nacional, para que el mal llamado “país corcho” flote, pero esta vez para nunca más hundirse en el fango, llevado por infelices populistas delincuentes.

Vinculemos ahora la Navidad con lo dicho con respecto a la amistad y la fraternidad de los dos grupos.  

Hace muchos años, en un pesebre, nació el niño Dios. Y como Él es el redentor del mundo, los cristianos y muchos no cristianos celebramos anualmente ese acontecimiento. La Navidad es un tiempo de alegría universal. Muchas ciudades y casas de todas partes se engalanan y llenan de luces, los almacenes de juguetes y de todo tipo de regalos ofrecen sus productos para el gran día en que se demuestra el amor y la amistad con regalos. Los niños, especialmente ellos, se preparan para la novena, cantar los villancicos y hacer méritos para recibir los regalos, que algunos creen que los trae Papá Noel.

Para todo el mundo la Navidad de este año 2020 será muy diferente a las anteriores, pero no en sentido positivo sino en negativo. La pandemia impide que las personas socialicen como se lo hacía hasta el año anterior, el desempleo afecta a muchos millones de personas en edad de trabajar, son cada día más los miles de familias que pasan de la clase media a la pobreza y de ésta a la extrema pobreza. Miles de personas han visto quebrar o reducirse sus negocios a una situación muy complicada y habrá poco dinero para regalos y hasta para la cena tradicional.

Por la pandemia, incluso las reuniones familiares deben limitarse a muy pocas personas. El riesgo del contagio está presente y puede enfermar a más de uno.

El Niño Dios vendrá, pero encontrará un mundo lleno de dificultades de los países, las empresas y millones de personas. La pobreza mundial ha ganado terreno inmisericordemente y el COVID 19 ha sentado sus reales en los cinco continentes, matando a cientos de miles de personas.

Para mi familia directa el 2020 será un año de muy ingrata recordación. Aunque no por el COVID, hemos pasado ya varios meses de hospital en hospital, de clínica en clínica y en múltiples laboratorios.  Tenemos a las puertas un acontecimiento de enorme importancia para el cual nos hemos venido preparando como lo aconsejan los médicos expertos y cuyo desenlace será en enero. Confiamos en Dios en que salgamos adelante y que se acaben las preocupaciones y vuelva la alegría a la casa.

Durante este tiempo de tribulaciones, los dos grupos de hermanos adoptivos le han dado a mi familia el regalo de Navidad anticipado. Cada uno por su lado, sin conocer lo decidido por el otro, ha mostrado su gran solidaridad y con mucha frecuencia se ha hecho presente para conocer los avances del proceso previo a una muy delicada operación.  Y los físicamente ausentes pero espiritualmente presentes, desde Madrid, Puerto Rico y Estados Unidos, llaman con frecuencia para saber la situación. Todos, presentes y ausentes, dispuestos a colaborar con el hermano adoptivo y su familia.

En algunos casos, mis amigos, en sus personas o en sus propias familias, en estos mismos meses están pasando o han pasado por duras situaciones de salud; pero, están siempre a nuestro lado, preocupados por la salud de la amiga a la que dicen y prueban que quieren más que a quien esto escribe.   

Los Luna López, desde el fondo de nuestro corazón, les agradecemos por sus gestos de fraternidad y en mi caso, he querido hacer conocer este particular por este medio, porque no es fácil, ni siquiera en los matrimonios, que se cumpla aquello de que “hasta que la muerte nos separe” y en estos dos grupos así ha sido por 70 o 60 años y seguirá siendo, porque los lazos que nos unen nunca se romperán e incluso trascenderán hacia nuestros hijos y sus familias con el ejemplo de lo que es más valioso en la vida: la honradez, el respeto y la solidaridad.

Ojalá Dios les dé vida y salud por muchos años a los miembros de los dos grupos y también a otros familiares, colegas y amigos que se manifiestan constantemente preocupados por la situación de mi familia y elevan sus plegarias a Dios porque mi compañera de 54 años de matrimonio continúe alegrando el hogar por largo tiempo.

 


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