domingo, 26 de abril de 2020

BOLETÍN 215: EL ECUADOR, LAS TRES CARABELAS Y EL TITANIC

Un comentario que circula por ahí dice que Cristobal Colón, cuando salió del puerto, quería llegar a China por una nueva ruta, pensaba ganar poder y riqueza, tenía a su cargo tres carabelas, financiaba su expedición con plata de otros, tenía una tripulación que integraban muchos delincuentes y, cuando llegó, no sabía dónde estaba y encontró una cantidad de gente desnuda y, vista desde el lado español, ignorante. Pocos de sus acompañantes eran navegantes expertos y honrados, entre ellos los capitanes de la Pinta y la Niña. Él comandaba la expedición y la Santa María, la nave insignia.

El presidente de un país que se halla en tremendas dificultades, cuando se posesionó quería el poder para pasar a la historia, tenía a su cargo tres temas nacionales importantes: político, económico y social; declaró públicamente que iría hacia el Socialismo del Siglo XXI, sin reconocer que ese no era un destino acertado; quería financiar sus ofertas de campaña con crédito externo; tenía en su gabinete varios personajes que resultaron delincuentes; y, encontró una gran cantidad de gente casi desnuda, sin trabajo, con problemas de salud y educación muy graves. Algunos de sus acompañantes eran honrados, pero otros seguían practicando lo que aprendieron de su amado jefe en 10 años y querían más tiempo para sus picardías …

Durante la travesía, Colón tuvo que afrontar intentos de rebelión de sus marineros, porque el tiempo que les habían dicho que estarían en el mar era menor de los dos meses y pico que estuvieron, y fue precisamente a inicios de octubre cuando la cosa se puso más fea. Si no llegan unas gaviotas a cruzar el cielo, mostrando que la tierra estaba próxima, seguramente que la historia diría otra cosa de la que sucedió.

Durante los años de gobierno, el presidente de este relato tuvo que afrontar cuatro dificultades importantes: una, cuando se dio cuenta de que quien le entregó el cargo no le había dejado la mesa servida; dos, cuando descubrió que su colaborador principal había dado muy malos pasos en el gobierno anterior; tres, al constatar que la remplazante también tenía páginas oscuras; y, cuatro, en octubre de 2019, cuando los menos pensados y los de “manos limpias” bloquearon el país por mucho tiempo y hasta quemaron un edificio y valiosos documentos.

Resulta que, a la fecha, el país del cuento es el Titanic del siglo XXI. Primero, es un barco que el presidente estaba seguro de que iba a navegar sin posibilidad de hundimiento. Dijo, al posesionarse, más o menos, que su mayor orgullo sería decirles a sus nietos que él había sido parte de la tripulación de la década anterior y que continuaría la gestión de su “hermano”, el piloto anterior de la nave. Segundo, este Titanic ya no es el barco más grande y confiable del mundo, como se lo creía al del siglo anterior, sino que hay muchísimos barcos mejores y veloces que, por supuesto, como lo hemos constatado en estos días, frente al fortísimo y duradero oleaje de una tormenta de embate hasta ahora desconocido, no dejan de ser objetos pequeños, fácilmente posibles de destrozo por el mar. Tercero, mal que nos pese, este Titanic tiene varias categorías de pasajeros: una, de aquellos que, por si acaso, llevan a remolque sus yates y ocupan el piso superior, en cabinas familiares de lujo; otra, de los que han asegurado puesto en los botes de salvamento, coimeando a los marineros encargados de abordarlas si hay naufragio, y ocupan el segundo nivel, en cabinas cómodas; una tercera, de los que confían en que por lo menos tendrán acceso a los chalecos salvavidas; y, cuarto, los del piso de abajo, que viajan en una sala muy grande y sin ventanas, comiendo una sola vez al día porque no tienen dinero y sin saber que casi no hay chalecos para ellos.

El Titanic del cuento enfrenta ahora varios peligros; hace agua por todos lados, sufre los efectos de una tormenta de impredecibles consecuencias, tiene una parte importante del pasaje muerto o infectado por una enfermedad desconocida hasta hace poco, carece de profesionales e instrumentos médicos suficientes para contrarrestar el problema; y, pese a las órdenes del capitán de que nadie salga de sus cabinas, en la proa se acumulan quienes quieren saber si se llega pronto a tierra; mientras algunos muertos se bota al mar y muchos vivos juegan al 40.

Además, el Titanic siglo XXI inició este viaje con plata prestada para satisfacer las necesidades de la tripulación y el pasaje; el capitán anterior puso como tripulantes y en primera clase a una gran cantidad de hijitos de papá que siguen ordenando; y, regaló muchos tiques para el viaje a dirigentes populares que están metidos en el cuarto de máquinas, con anuencia del capitán.

Todo ello configura, en el momento actual, una crisis sin precedentes en la historia nacional, que nadie siquiera imaginó y que pone al barco muy cerca del naufragio.

Las noticias procedentes de otros barcos, mucho más grandes y bien surtidos, son alarmantes. Tripulantes y pasajeros mueren en cantidades importantes con el mismo virus desconocido. En algunos pisos de las naves se obedece las órdenes de los capitanes, pero en otros no. Los pasajeros de primera clase han acaparado los alimentos y el agua dulce, mientras en las otras “clases” se ha racionado todo. No hay posibilidades de abastecimiento seguro y oportuno, porque los helicópteros de tierra están prohibidos de volar.

En algunos casos, capitanes de enormes cruceros, bien informados, pero confiados, no han tomado medida alguna de prevención oportuna y solamente reaccionan cuando el mar se ha llevado a algunos pasajeros y otros han fallecido con la nueva enfermedad.

En ese mar en que navegamos todos y todos estamos sufriendo el mismo oleaje, las acusaciones vienen y van con respecto a que fue uno de los barcos el que infestó al resto, sabiendo su capitán que sí hay cura del mal, pero no informando a los demás.

Pues bien, el capitán del Titanic siglo XXI ha decidido, un poco tarde, tomar al toro por los cuernos, y buscar una manera de salvar a los pasajeros, la tripulación y el barco. Para ello, hace algunas reflexiones:

Si el barco se hunde nos hundimos todos y posiblemente serán pocos los otros barcos que ayuden a salvar al pasaje y la tripulación, porque todos están atendiendo sus problemas.

Para tapar los huecos por donde ingresa el agua, hay que urgir a los que tienen en sus cabinas de primera clase algún material utilizable, que lo entreguen en forma inmediata. El que no quiera ayudar que por lo menos no estorbe, es el mensaje con gesto adusto.   

Como varios de los pasajeros tienen yates a remolque y los botes salvavidas del barco son pocos, habrá que pedirles que colaboren en el salvamento de los del piso bajo, porque para ellos no hay ni botes ni chalecos inflables suficientes.

Como la tripulación está entrenada para casos de emergencia, pero no para ésta, se le ordenará que actúe con la mayor eficiencia y salve la mayor cantidad de vidas, disponiendo el embarque ordenado en los botes y entregando chalecos a todos los que no suban a los botes.

Además, se mandará mensajes urgentes a los barcos cercanos pidiéndoles que, si pueden, auxilien con urgencia en la medida de lo posible.

Las respuestas no se hacen esperar: un grupo de amigos que viaja en primera está seguro de salvarse, se niega a perder las comodidades de que goza, porque dice que el compromiso de la empresa es brindarle todos los servicios que pida. Considera que el barco tiene que llegar a puerto y que, si no sucede, demandará por daños y perjuicios. Argumenta que, si no fuera por lo que pagan por sus boletos, muchos de los tripulantes no tuvieran trabajo. Entre ellos comentan que, si hubieran sabido lo que iba a pasar, hubieran viajado en otros barcos o se hubieran quedado administrando sus empresas.

Los propietarios de los yates consideran que la capacidad de éstos es pequeña y que apenas alcanza para ellos y sus familiares, a lo más un amigo cercano. Por tanto, exigen que el capitán les garantice que podrán pasar sin problema del barco al yate; si es posible sin mojarse los zapatos, y buscan que algunos pasajeros de cuarta clase los lleven en brazos por pasarelas.

Los viajeros de segunda clase se movilizan ágilmente bajo el principio de que, si se trata de salvarse “yo, el primero” y compran a malos tripulantes un puesto en los botes salvavidas.

Los demás pasajeros están presos de una angustia terrible. Entre ellos hay muchos contagiados de la enfermedad desconocida y temen que, además, haya naufragio. Siempre asoman los que dicen que, para vivir como han vivido les da lo mismo morir de cualquier forma.

El cuento expuesto da pie para hacer las siguientes reflexiones:

1.    El gobierno nacional debe atender, con urgencia y eficientemente, las necesidades nacionales surgidas de varios problemas de enorme magnitud, que no fueron previsibles al inicio de su mandato y, en el caso del corona virus, hasta diciembre de 2019. El presidente, que en su vida debe haberse imaginado que iba a tener las responsabilidades actuales, tiene que proceder con urgencia para evitar que se hunda el país corcho y no reflote. Cuenta los días que le faltan para dejar el puesto.
2.    Sus acciones ante la emergencia, hasta ahora, en varios aspectos son acertadas y oportunas.  El pago de la deuda externa que se hizo en marzo fue conveniente para poder recibir un valor mucho mayor en recursos frescos. El diferimiento en el pago de los intereses de los bonos por varios meses fue también muy conveniente. La declaratoria de Estado de Excepción fue necesaria, pero debió tener aplicación más exigente en los primeros días, para que el ejemplo sirva de freno al irrespeto de las normas. El encierro obligatorio y el toque de queda son útiles, pero no se pueden mantener por mucho tiempo más frente a las necesidades de quienes viven de lo que ganan cada día. Igual, es positiva la obtención física y en otros casos el logro de la oferta formal de recursos financieros de los organismos multilaterales y de otras fuentes para superar la coyuntura.
3.    Pero, en otros casos las decisiones han sido muy lentas, inconsultas con los expertos y los que diariamente trabajan en ciertos temas. Los procedimientos legales y de otro tipo para identificar y enterrar a los muertos fueron muy mal aplicados. El mal uso de los pases para circular debió preverse y darles a los documentos mayor seguridad.
4.     Los viajeros de primera clase del Titanic siglo XXI, accionistas de las empresas que hicieron grandes utilidades, no solo en el 2018 sino en la década perdida (no para ellos), deben colaborar para que los de la cuarta clase tengan chaleco salvavidas. Algunos lo están haciendo y bien por ellos, pero la magnitud del problema hace que el Estado obligue a asignar, no una cantidad decidida por el benefactor, sino sumas importantes y para todos los que tuvieron la suerte de hacer buenos negocios hace poco.
5.    Los viajeros de segunda clase, funcionarios con sueldos superiores a los mil dólares en el sector privado y en el Estado, deben estar conscientes de que en el Titanic Siglo XXI es un privilegio tener trabajo (lo será más en los próximos meses) y cubrir las necesidades básicas sin mayor problema. Todos ellos deben aportar en algo de acuerdo con su nivel de remuneración. Le escuché a un asambleísta decir que, si a un funcionario se le quitaba 18 dólares, eso de repente representaba en su casa el pan para el desayuno de la semana; a él habría que recordarle o informarle que miles de ciudadanos de este país, con 18 dólares se ven obligados a comer lo que pueden durante 18 días.
6.    A muchos de los viajeros de tercera clase, que no tienen sueldo fijo, pero que poseen pequeños recursos y con ellos trabajan independientemente para hacer unos ingresos mínimos para la familia, que a lo mejor cubren o superan un poco la canasta básica, no hay que sugerirles ni exigirles aporte obligado. La mayoría está en el grupo de gente solidaria que no da lo que le sobra, sino que comparte lo que tiene, porque la vida le ha enseñado, como dicen los dichos populares, que “donde comen tres comen cuatro” o que “para uno más en la mesa, hay que aumentar un mate de agua a la sopa”.
7.    Para los viajeros del piso de abajo del Titanic siglo XXI, está muy bien que el gobierno y muchas entidades públicas y privadas se preocupen de hacerles llegar los salvavidas, en términos de comida y ciertos otros bienes necesarios de tipo sanitario. Lo que faltaría es que haya una gran coordinación entre todos los benefactores, para que la ayuda llegue a todos los que la necesitan y por un tiempo prudencial. También, que se evite que los ladrones, de cuello blanco o de camiseta, roben y se aprovechen del momento.
8.    Los subsidios personales deben estar siempre orientados exclusivamente a los que de verdad lo necesitan, en los grupos de huérfanos, viudas, madres solteras, ancianos, discapacitados. En varios de estos casos, deberían darse como préstamos a largo plazo y no mensualmente, sino de una sola vez por año, para que sirvan para emprendimientos y dejen en la memoria de los beneficiados la idea de que se les da oportunidad de trabajo y no limosna, caridad, ayuda, bono solidario o lo que quiera llamarse.
9.    Aportemos, cada uno desde nuestra posición, para evitar que el barco se hunda. El capitán tomando decisiones bien y oportunamente, consultando a la tripulación y a los pasajeros que sepan formas de salir de las emergencias vigentes; la tripulación de mayor jerarquía, actuando con celeridad y controlando que los marineros estén en sus puestos y atiendan todos los problemas al momento; los pasajeros, dispuestos a obedecer las instrucciones,  conscientes de que estamos todos en el mismo barco y que, no importa el lugar de nuestra cabina o sitio, a la hora de la verdad no habrá distingos entre los que tienen yate, cupo comprado en los botes salvavidas o chaleco.
Por favor, no transformemos al Titanic siglo XXI otra vez en el país corcho. Juntos, todos, logremos que el Ecuador supere la tormenta y ponga proa hacia un claro objetivo de paz, honradez, democracia, crecimiento económico acelerado, justicia social, dominio científico y tecnológico, participación positiva creciente en el nuevo mundo de este siglo.   

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