BOLETÍN 231: HABLEMOS DE LA NAVIDAD Y DE LA AMISTAD
Diciembre de 2020. Con el perdón de los lectores,
anticipo la entrega del Boletín, que normalmente hago a partir del día 26 de
cada mes, para desearles a todos FELIZ NAVIDAD EN UNIÓN DE SUS FAMILIAS Y
AMISTADES. Con motivo de una fecha tan importante para los cristianos y
para el mundo, no me referiré a lo usual debido a mi profesión, la economía
nacional o internacional, sino a algo que para mí en los actuales momentos
tiene enorme importancia. Espero que el contenido de este Boletín deje un
mensaje que trascienda este mes y año, y sirva de ejemplo a los jóvenes.
Hoy deseo hablar de la amistad
y la fraternidad. Las quiero destacar con oportunidad de la Navidad, por la
existencia de dos grupos de amigos que, más que eso, son mis hermanos adoptivos.
Con ellos hemos caminado por la vida desde las aulas escolares, colegiales o
universitarias hasta la fecha y en unos casos son más de 70 años y en otros más
de 60 de cercanía. Esa amistad se ha contagiado con fuerza a nuestros cónyuges y
ahora somos dos grupos de familiares adoptivos que se mantendrán por mucho tiempo.
Jorge Bolaños Rojas desde 1947
y Martita Vaca Ruilova desde 1960 son los decanos de mis amigos de los dos
grupos y tengo especiales recuerdos de ellos.
Inicio con un suceso
relacionado con el primer grupo: La Promoción de bachilleres del Colegio
Nacional Bolívar de Tulcán del año 1961.
En octubre del año 1947 mi
madre me llevó al jardín de infantes de Tulcán, dirigido por la señorita
Rosalina García, de cuyo rostro nunca se borraba una sonrisa y que, además, era
vecina y amiga de mi mamá. No hice los berrinches comunes de los niños el rato
que quedé solo en el patio del Jardín. Simplemente caminé a encontrarme con
otros niños de mi edad y pregunté para mis adentros: quiénes serán?
Éramos más o menos 30 chicos,
unos conocidos porque procedían del mismo barrio y otros desconocidos, porque
procedían de otros lugares.
Más pronto que tarde hice
amigos y, por indicación de mi padre, procuré ser de los más aplicados, pues
mis hermanos mayores siempre sacaban buenas notas en sus estudios. Además, yo
los acompañaba a ellos a la biblioteca municipal y ya sabía las letras del
alfabeto y contar hasta 10 o 20, lo que para entonces y a mis cuatro años era
bastante.
Unos meses más tarde el Jardín
decidió hacer una hora social y escogió a tres niños para que sean los actores
principales. Esos niños éramos Gloria Cañizares, Jorge Bolaños y yo. Luego del
natural aprendizaje subimos al escenario para representar la novela ecuatoriana
titulada Cumandá, de Juan León Mera.
Ignoro la razón por la que se
escogió aquella obra para interpretarla en un jardín de infantes, pues aunque
se refería a un romance juvenil, tenía en el trasfondo una lucha mortal entre
blancos e indios y el odio del padre indio de la chica hacia su enamorado
blanco.
La niña Gloria Cañizares
personificaba a Cumandá, una hermosa india con plumas y vestido típico de la
Amazonía ecuatoriana; el niño Jorge Bolaños era el indígena padre de la chica,
emplumado, muy bravo y con lanza en la mano; y yo era Carlos, el joven blanquito
bien vestido, con terno de casimir, sombrero, corbatín y bigote, que buscaba
los favores de Cumandá y no le tenía miedo al papá. En alguna parte, entre las
herencias de mi padre hay una foto que perenniza nuestra gran actuación.
La obra fue un éxito. Si
hubiéramos vivido en Estados Unidos, seguro que los tres artistas íbamos a
parar a Hollywood. Pero, en Tulcán solo recibimos las felicitaciones de los familiares
y asistentes con sus aplausos y volvimos a la vida normal. Mi vida de actor
terminó allí.
A Gloria solo le he visto una
vez, hace muchos años, desempeñándose como cajera del Banco La Previsora en el
centro de Quito. Jorge es desde entonces mi amigo y desde mi regreso de Lima y
mi incorporación a la Promoción 61 del Colegio Nacional Bolívar, cada día
profundizamos los lazos de amistad que ya tienen más de 70 años. Su esposa y la
mía son muy amigas.
Compañeros y amigos de la
escuela y el colegio habían formado en 1961 el grupo al cual hago referencia. A
él me integré en 1980, a mi regreso del exterior. En ese grupo participan
entusiastas nuestras esposas, de manera que hasta antes del inicio de la
pandemia, nos reuníamos religiosamente cada mes, para recordar nuestras
andanzas de estudiantes y pasar de amigos a hermanos adoptivos.
La amistad y más que eso la
fraternidad entre nosotros ha estado allí desde 1947 con unos, desde 1954,
cuando entramos al Colegio Nacional Bolívar de Tulcán, con otros, y se ha
mantenido sin importar si estamos cerca o lejos. Varios de nosotros nos fuimos
por varios años a Japón, Estados Unidos, Chile, Perú, Brasil, y uno de nosotros
vive desde hace tiempo en Puerto Rico. Pero, los lazos de amistad se han
conservado sin importar distancias y seguirán presentes hasta cuando Dios nos
llame.
Somos, si no me equivoco, como
ejemplo para el mundo, uno de los grupos de amigos y hermanos adoptivos que ha
durado por más tiempo y que se ha reunido mensualmente por casi 60 años hasta
antes de la pandemia, con algunas bajas por accidente o enfermedad.
Menciono ahora lo sucedido con
el segundo grupo.
Corría septiembre de 1960. Llegué
de Tulcán a Quito y un día cualquiera le visité a mi tío Juan que vivía en la
calle Ramírez Dávalos. Luego del almuerzo salí hacia la cercana Universidad
Central para conocer la Facultad de Ciencias Económicas y matricularme, pues
decidí ser Economista y las clases empezaban en octubre.
De una casa del frente, unos
30 metros adelante, salió una chica y se dirigió hacia la avenida América. Ella
adelante y yo atrás cruzamos esa vía y entramos a los terrenos de la
Universidad. Ella siguió su camino y yo fui por la misma senda preguntándome: a
dónde irá?
Llegamos al edificio de la
Facultad y ella primero y yo luego, subimos las gradas hacia la Secretaría. Su
destino había sido el mismo mío. Hizo su trámite para la matrícula y se fue. Yo
procedí de la misma manera, pero ya no regresé a la casa de mi tío, sino que fui
al centro de la ciudad, donde vivía.
Llegó el tiempo de asistir a
clases y los dos resultamos compañeros en primer curso, junto con una multitud
de más de 100 aspirantes a economistas. Más tarde nos hicimos amigos. Ella se
llama Martha Vaca Ruilova, vive en Madrid y con frecuencia nos comunicamos,
porque nos hemos convertido en hermanos adoptivos.
En el transcurso de la vida fui
entrañable amigo con su esposo, también compañero de aula, quien
lamentablemente falleció. Y tuve la suerte de graduar a dos de sus hijos en la
universidad.
Muchos años después de salir
de la Facultad, luego de una reunión para festejar el cumpleaños de René
Torres, un común amigo y compañero de estudios, decidimos formar un grupo en el
que también participen los maridos y las esposas de los antiguos compañeros.
Fuimos 14 parejas, pero el tiempo ha hecho que quedemos 9 parejas y dos amigos
cuyos cónyuges fallecieron.
Este grupo, que tuvo sus
orígenes en la universidad, pese al transcurso de los años y de las diferentes
rutas que tomaron sus integrantes en la vida profesional, ha mantenido incólume
la amistad y la fraternidad y también se reunía mensualmente hasta que llegó la
pandemia. Nos vemos ocasionalmente por Zoom y conversamos sobre nuestras
realidades, aspirando a que pronto volvamos a darnos el extrañado abrazo.
Pero, no falta la conversación
versada y profesional sobre lo que sucede en el mundo y sobre todo en este
Ecuador querido. Todos hemos tenido posiciones muy importantes en el Estado o
en la empresa privada, todos estamos jubilados y vivimos de lo que nos devuelve
el IESS y de lo que ahorramos sin perjudicar a nadie, todos sabemos que nunca
el país ha pasado por una situación como la actual, en la que desde las más
altas esferas se ha enseñado al pueblo a robar y se ha generado un marco legal
favorable a los ladrones de cuello blanco. Y clamamos, desde nuestros
conocimientos y experiencia, porque el 2021 termine la etapa más trágica de la
historia nacional, para que el mal llamado “país corcho” flote, pero esta vez
para nunca más hundirse en el fango, llevado por infelices populistas
delincuentes.
Vinculemos ahora la Navidad
con lo dicho con respecto a la amistad y la fraternidad de los dos grupos.
Hace muchos años, en un
pesebre, nació el niño Dios. Y como Él es el redentor del mundo, los cristianos
y muchos no cristianos celebramos anualmente ese acontecimiento. La Navidad es
un tiempo de alegría universal. Muchas ciudades y casas de todas partes se
engalanan y llenan de luces, los almacenes de juguetes y de todo tipo de
regalos ofrecen sus productos para el gran día en que se demuestra el amor y la
amistad con regalos. Los niños, especialmente ellos, se preparan para la
novena, cantar los villancicos y hacer méritos para recibir los regalos, que algunos
creen que los trae Papá Noel.
Para todo el mundo la Navidad
de este año 2020 será muy diferente a las anteriores, pero no en sentido
positivo sino en negativo. La pandemia impide que las personas socialicen como
se lo hacía hasta el año anterior, el desempleo afecta a muchos millones de
personas en edad de trabajar, son cada día más los miles de familias que pasan
de la clase media a la pobreza y de ésta a la extrema pobreza. Miles de
personas han visto quebrar o reducirse sus negocios a una situación muy
complicada y habrá poco dinero para regalos y hasta para la cena tradicional.
Por la pandemia, incluso las
reuniones familiares deben limitarse a muy pocas personas. El riesgo del
contagio está presente y puede enfermar a más de uno.
El Niño Dios vendrá, pero
encontrará un mundo lleno de dificultades de los países, las empresas y
millones de personas. La pobreza mundial ha ganado terreno inmisericordemente y
el COVID 19 ha sentado sus reales en los cinco continentes, matando a cientos
de miles de personas.
Para mi familia directa el 2020
será un año de muy ingrata recordación. Aunque no por el COVID, hemos pasado ya
varios meses de hospital en hospital, de clínica en clínica y en múltiples
laboratorios. Tenemos a las puertas un
acontecimiento de enorme importancia para el cual nos hemos venido preparando
como lo aconsejan los médicos expertos y cuyo desenlace será en enero.
Confiamos en Dios en que salgamos adelante y que se acaben las preocupaciones y
vuelva la alegría a la casa.
Durante
este tiempo de tribulaciones, los dos grupos de hermanos adoptivos le han dado
a mi familia el regalo de Navidad anticipado. Cada uno por su lado, sin conocer
lo decidido por el otro, ha mostrado su gran solidaridad y con mucha frecuencia
se ha hecho presente para conocer los avances del proceso previo a una muy
delicada operación. Y los físicamente
ausentes pero espiritualmente presentes, desde Madrid, Puerto Rico y Estados
Unidos, llaman con frecuencia para saber la situación. Todos, presentes y
ausentes, dispuestos a colaborar con el hermano adoptivo y su familia.
En algunos casos, mis amigos, en sus personas o en sus propias familias, en estos mismos meses están pasando o han pasado por duras situaciones de salud; pero, están siempre a nuestro lado, preocupados por la salud de la amiga a la que dicen y prueban que quieren más que a quien esto escribe.
Los Luna López, desde el fondo de nuestro corazón, les agradecemos por sus gestos de fraternidad y en mi caso, he querido hacer conocer este particular por este medio, porque no es fácil, ni siquiera en los matrimonios, que se cumpla aquello de que “hasta que la muerte nos separe” y en estos dos grupos así ha sido por 70 o 60 años y seguirá siendo, porque los lazos que nos unen nunca se romperán e incluso trascenderán hacia nuestros hijos y sus familias con el ejemplo de lo que es más valioso en la vida: la honradez, el respeto y la solidaridad.
Ojalá Dios les dé vida y salud por muchos años a los miembros de los dos grupos y también a otros familiares, colegas y amigos que se manifiestan constantemente preocupados por la situación de mi familia y elevan sus plegarias a Dios porque mi compañera de 54 años de matrimonio continúe alegrando el hogar por largo tiempo.
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