A mucha
honra, soy tulcaneño, carchense y ecuatoriano. En esta oportunidad y con este
Boletín quiero rendir un homenaje a mi provincia, que el 19 de noviembre
festejó un aniversario más de creación y a mi ciudad natal, en la cual pasé los
primeros 17 años de mi vida y más tarde, 4 años en una importante función pública
profesional.
El
11 de abril de 1851, la Convención Nacional, mediante Decreto Legislativo, creó
el Cantón Tulcán en la Provincia de Imbabura. La gran distancia de
entonces entre Ibarra y la parroquia de Tulcán y la fragosidad de los caminos
por parajes mortíferos fueron los factores motivantes para que se cree el nuevo
cantón, compuesto por Tulcán como cabecera y las parroquias de Huaca, Tusa (San
Gabriel), Puntal (Bolívar) y El Ángel. [1]_/
El 6 de noviembre de 1880, el Congreso Nacional elevó
el cantón Tulcán a Provincia, denominándola “Provincia de Veintimilla”,
agregándole la parroquia de Mira que antes perteneció al cantón Ibarra.
Mediante Decreto Legislativo, el 17 de abril de 1884, en la administración del
Dr. José María Placido Caamaño, se cambió el nombre de Veintimilla por el de
CARCHI, como había sido propuesto en su inicio, tomando este nombre del río que
hace de límite con Colombia. Comprendía las parroquias de Tulcán, San
Francisco, Huaca, Tusa, Puntal, El Ángel, San Isidro, Mira, San Pedro de Piquer
(San Vicente de Pusir) y La Concepción.
Desde
entonces, la provincia y la ciudad han crecido mucho en población y se han
modernizado, de manera que participan de forma importante en la actividad
nacional agropecuaria, especialmente con las papas y la leche; en el comercio
binacional con Colombia y en el transporte de pasajeros y carga hacia todo el
país; pero, reclaman mayor atención del Estado, porque la mayoría de su
población sigue siendo pobre como antaño y no hay fuentes de trabajo
suficientes, por lo que sus necesidades siguen siendo muchas en infraestructura
y servicios, los recursos financieros con que cuentan los gobiernos locales son
muy limitados y los jóvenes bachilleres
y universitarios emigran para buscar oportunidades en otros lares.
El documento
que consta a continuación, escrito por un médico colombiano de apellido Osorio,
emparentado conmigo por parte de nuestro padre Adán o alguno de sus
descendientes, tiene importancia histórica y actual, porque refleja cómo eran
Tulcán y su gente en 1897.
Lo incluyo
aquí para informar a los lectores con respecto a que en el siglo XIX ya se
decía que con el Carchi no se juega y Tulcán tenía fama de ser una ciudad de
hombres honrados, firmes en sus convicciones, de profunda fe y luchadores; y,
de mujeres que no se arredraban ante las dificultades; lo cual, por fortuna, no
ha cambiado.
En la ciudad
había dos bandos políticos, el de los conservadores llamados “godos” y el de
los liberales, identificados como “comecuras”, lo que era tradicional tanto en
Ecuador como en Colombia, con luchas constantes por la supremacía, a veces con
muertos de por medio.
Mi abuelo Amadeo
había sido conservador y mi padre me contaba que, como su oficio era el de
herrero, cuando llegaban los liberales a pedirle que les herrara los caballos
se negaba de plano, a pesar de las protestas de mi abuela que le decía que
debería efectuar ese trabajo para tener con qué mantener a la familia.
Por cierto,
mi abuelo también había participado en dos combates entre liberales y
conservadores, uno de ellos cerca de Tulcán y otro en la entrada de Ibarra,
habiendo sido herido y llevado a esa ciudad para las curaciones del caso.
Como la vida
tiene sus sorpresas, la única hija del conservador, mi muy querida tía Clara
Luz Luna, que falleció a los 106 años hace poco, se casó con el hijo de un liberal
y no hubo más remedio que aceptar ese hecho, aunque los consuegros nunca se llevaron
bien.
Mi padre no
tuvo afiliación política, pero simpatizaba con los conservadores, mientras que
mi único tío paterno se hizo liberal. Recuerdo que el dueño del almacén de
casimires de frente a la botica de mi papá, le saludaba con un “buenos días,
señor conservadorr” con una amplia sonrisa, mientras su amigo le contestaba,
aludiendo a sus inclinaciones políticas: “hola, Manungo Kaganovich”, pues ese
era el apellido de un importante político soviético.
Con esta
Introducción, paso a transcribir el interesante documento que narra cómo eran
Tulcán y sus gentes en 1897. El mérito de su descubrimiento es de mi amigo
Amílcar Tapia Tamayo, prestigioso historiador y periodista carchense, que se
pasa la vida investigando hechos históricos del mundo y sus alrededores con
mucho éxito y que ejerce la Cancillería de la sede Ecuador de la Academia
Bolivariana de América Latina.
‘RELATOS DE
UN VIAJE AL ECUADOR’, año 1897
(inédito). Por: Juan Benigno Osorio.
Hallado en
la Hemeroteca de la Biblioteca Aurelio Espinosa Pólit (BAEP), por Amílcar
Tapia, doctor en Historia, especialista en temas sociales y autor de varios
libros.
Publicado
por el diario EL COMERCIO de Quito, Ecuador, el 10 de noviembre de 2019.
‘Viniendo de
Pasto llegué a la frontera entre Colombia y Ecuador, en donde debía encontrar a
Miguel Chamués, quien me llevaría hasta la ciudad de Ibarra. De él tenía las
mejores referencias ofrecidas por el doctor Fidencio Morales, profesor de la
Universidad de Pasto, contándome que era pupo tulcaneño de ascendencia
indígena, para el que llevaba una carta de recomendación, a fin de que me
ayudara en mi viaje a Quito para ser profesor de Anatomía en la Universidad
Central del Ecuador.
“En la
frontera me esperaba Miguel, de quien sabía algunas cosas que me contó
Fidencio, sobre todo que era muy respetado en su pueblo, ya que era un indígena
descendiente de los antiguos pupos tulcaneños, gentes que se preciaban de ser
muy aguerridas y que nunca se tapaban el ombligo.
Pronto lo
identifiqué por su ponchito corto de color azul marino. Le entregué la carta de
mi amigo, leyó y me dijo que no había problemas para acompañarme hasta Quito en
un viaje de cuatro días. Me habló del precio convenido, lo ratificamos y me dio
una copa de aguardiente para el frío como bienvenida. ¡Qué buen gesto de mi
amigo pupo!
“Algo que me
llamó la atención fue que sabía leer y escribir con claridad, cosa rara para la
época, en donde de 100 personas apenas 10 leían y escribían, por lo menos eso
pasaba en Colombia.
En el camino
le pregunté dónde aprendió y me dijo que sus padres habían trabajado con el
cura de Tulcán y este le enseñó las primeras letras, así como le indujo a la
lectura de algunos libros. ¡Cosa muy rara en estas tierras!
“Pasamos el
puente de Rumichaca, monumento bello por la majestuosidad de la piedra que
forma un puente inmenso de forma natural. Antes de llegar a Tulcán me dijo que
no convenía quedarse en el pueblo más de un día, por cuanto había una guerra
declarada entre conservadores y liberales, a los cuales les conocían como godos
o curuchupas los primeros y rojos o comecuras, a los segundos.
“-Es una
guerra que jamás terminará. Hay mucha vena para cortar y mucho palo para
rallar, acotó Miguel. “¿Qué significa ello?, pregunté.” Verá, su merced, en el
Carchi hay dos tendencias; conservadores y liberales. A los primeros les
decimos godos, y a los liberales, rojos o comecuras.
Esta guerra
a muerte es una desgracia para el pueblo, porque los políticos se matan
diciendo que sirven a la gente, pero vaya viendo que todo es juego de
intereses. Claro que hay gente bien convencida de lo uno o lo otro, pero
finalmente cada uno defiende su camisa y cuida su barriga sin que le importe la
suerte de los demás, sobre todo de los más pobres, a los que convencen con su
tontera de ideología de partido; y somos tontos, mi señor, cuando nos dejamos
llevar por esas palabras que dan y gritan por todas partes llamando a la
guerra, que es una desgracia.
Las luchas
significan pobreza y miseria para las familias; pero, como somos ingenuos, nos
dejamos llevar por el orgullo y aquí en el Carchi no ha de parar nunca, por más
que pasen los años. ¡Siempre en esta provincia habrá liberales y curuchupas! “
Y usted, ¿de
qué lado está? “- Yo, mi señor doctor, tengo familia, hijos que mantener, padre
y madre a los que cuidar. Por política no voy a ser causa de sufrimiento en mi
casa. Si usted viera la calidad de políticos que tenemos en esta tierra, se
pondría a llorar. Todos mienten, todos ofrecen, todos llaman a la guerra, todos
gritan que el partido liberal salvará a la patria y que hay que matar a los
godos porque eso es libertad.
Libertad,
señor, es trabajar, producir, cuidar el pan de cada día y no andar en pleitos
en donde los que sacan ventaja son unos pocos a cambio de la sangre y miseria
de los seguidores. Yo soy hombre de fe, pero fe en la vida y en la lucha de
todos los días, como somos la mayoría de carchenses. Somos pobres pero dignos y
nos hacemos respetar no por la guerra sino por la firmeza de nuestros actos.
Con el Carchi no se juega.
“Me quedé
impresionado con sus reflexiones serenas y maduras. “Llegamos Tulcán como a las
tres de la tarde. Es un pueblo pequeño que no tendrá más de 2 000 habitantes.
Hay dos calles: la una llamada Calle Real y la otra Calle Larga, que da hacia
el occidente. Tiene una pequeña iglesia y las casas poseen techumbre de paja.
Son amplias y aún en la más pobres se observa aseo y buen gusto en su aspecto
externo, por cuanto hay flores y arbustos coloridos. Unas pocas se cubren con
tejas y pertenecen a familias de renombre.
El pueblo es
simpático, sus callejuelas son desiguales, pero forman un conjunto armónico y
agradable a la vista. “En la plaza central está una casa que es conocida como
‘Casa del Pueblo’. Allí trabaja la autoridad, llamada gobernador de provincia.
Miguel me aconsejó que lo visitara y le indicara el salvoconducto que traía
para viajar a Quito, ya que hay mucho recelo de los colombianos. Lo hice y
cuando vio el papel, se puso a las órdenes señalando que: “Era un gran honor
para el Ecuador tener a un gran médico que va a Quito a trabajar a la Universidad
Central …”
Me recomendó
que no me vincule con ningún godo en el viaje y que tenga cuidado de no hablar
de política, a no ser dando buen testimonio del Partido Liberal Radical y del
señor General Eloy Alfaro…
“En el corto
recorrido por el pueblo, Miguel me presentó a sus amigos y familiares. Más de
uno me pidió un consejo médico. Pude darme cuenta de que en este lugar no había
ningún doctor y el que visitaba Tulcán era un galeno colombiano que residía en
Ipiales.
La gente es
de estatura mediana, robusta, tienen los rostros propios de gentes de altura,
ya que esta ciudad se halla a casi tres mil metros de altura. Las mujeres
tienen fama de ser muy enérgicas y mantienen a sus hijos cuando se quedan
viudas por el fragor de las guerras políticas “sin pedir favor ni rogar a
nadie”, por lo que son firmes y luchadoras. Los varones son francos, abiertos y
muy hospitalarios, al tiempo que trabajadores y tenaces. Su palabra es oro y su
promesa firme cuando se trata de negocios, asuntos sociales y económicos.
Me dijo
Miguel que a todos les conocen como “pastusos” sin saber la razón. “Tulcán, a
pesar de ser un pueblo pequeño es un enclave de mucha importancia para todo
gobierno, ya que es la puerta de entrada al Ecuador y el lugar en que se
prepara la defensa para evitar el ingreso de tropas colombianas, sean
conservadores o liberales.
Me dijo también
que los combatientes carchenses tienen mucha fama en el interior del país, por
cuanto son muy valientes, leales e intrépidos. Les conocen como “pupos”, ya que
casi todos pertenecen a familias de comunidades indígenas que se ubican al
norte de Tulcán.
Esa noche me
alojé en su sencilla casa. Su esposa Micaela Tatés y sus hijos Juan y Pedro, de
catorce y ocho años, me recibieron con mucho respeto. Luego de hablar de
política, economía, negocios y medicinas, me ofreció su camastro, que no era
sino un modesto lecho con varias frazadas por el frío intenso.
“Al otro día
partí a Ibarra y en la loma superior que llaman Taques, pude apreciar este
pueblito habitado por gente cordial y como me indicó Miguel, admirado y querido
por Juan Montalvo, insigne escritor ecuatoriano”. [2]_/
[2] _/ Juan Montalvo escribió
entre 1876 y 1878 los opúsculos que constituirían "El Regenerador".
En su libro Siete tratados (1882) trata temas filosóficos, episodios de
la historia hispanoamericana, personalidades del continente. Escribió también El
Regenerador (1878), Mercurial eclesiástica (1884), El Espectador
(1888), Los Capítulos que se le olvidaron a Cervantes (1895), Geometría
moral (1902).
ResponderEliminarMuy bueno saber la vida del Tulcan de antaño. Muy lindo te felicito mi estimado amigo .